Entro en modo alerta cuando siento las vibraciones en mi red.
Un aleteo desesperado.
Un zumbido en mis tejidos pegajosos. ¡Ajá! Una mosca ha caído en mi trampa.
Me muevo a la velocidad del rayo, directo a mi presa. Envolviéndola en hilos de seda para que no huya.
Mi cena está servida.
Ustedes la llaman telaraña; pero para mí es la obra de arte más importante de mi vida. Con ella tejo una trampa perfecta para capturar alimento.
Mi telaraña es la mayor hazaña de la ingeniería arácnida. Tal vez se pregunten de qué está hecha mi telaraña y cómo la produzco.
La materia prima: la seda
Todo comienza dentro de mí, en unas glándulas especiales. Produzco un líquido proteico que, al entrar en contacto con el aire, se endurece y se convierte en hilo de seda. Este material es increíblemente fuerte, elástico y pegajoso. Yo lo produzco en distintas calidades: un hilo seco y fuerte para la estructura, y un hilo pegajoso para la trampa.
La construcción de la red
Mi trabajo comienza con la creación de los hilos principales, los que darán forma a la red. Primero, lanzo un hilo flotante al viento hasta que se engancha en una rama lejana. Luego, lo refuerzo para crear el hilo central, el "puente" de mi hogar.
A partir de ahí, construyo los radios, una serie de hilos que van desde el centro hacia el exterior, como los rayos de una bicicleta. A medida que los tejo, los pruebo con mis patas para asegurarme de que estén tensos y fuertes.
Finalmente, viene la parte más importante: la espiral de captura. Tejo hilos pegajosos en forma de espiral, con un espacio calculado entre cada uno. Es esta parte de la telaraña la que atrapará a mi próxima comida. Y, en el centro, tejo un pequeño refugio con hilos no pegajosos, mi "sala de control", donde espero pacientemente a que un insecto caiga.
La lección para los humanos
Los humanos han intentado imitar mi seda por años. La han visto en la ciencia y la tecnología, fascinados por su resistencia, mucho mayor que la del acero. He oído que la han estudiado para crear materiales en la industria textil, en la medicina, incluso para armaduras y cables. ¡Quién lo diría! Mi humilde telaraña es la inspiración para los más grandes inventos.



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