Cada vez que la noche caía sobre el valle de Mala, él subía hasta la
cima del cerro más alto, el temido Cerro del
Diablo. Y se sentaba en una roca. Los niños del pueblo, curiosos, lo seguían
para espiarlo y siempre veían el rostro amargado del hombre, ascendiendo por
las faldas polvorientas del cerro.
Una noche, los pequeños lo siguieron hasta la cima y lo
vieron que estaba sentado sobre una roca, solo, pero con una expresión de paz en
su mirada, mientras le hablaba a la Luna.
Alzó los ojos al cielo y con una profunda tristeza dijo:
—Selena… ya no tengo fuerzas. Dame una noche. Una sola
noche más junto a ti, aunque el precio sea mi propia alma.
El aire se congeló por un momento, la luna estaba más brillante que nunca y pareció descender ligeramente. Los niños que espiaban vieron cómo la luz azul plateada de la luna envolvía al hombre. Él se puso de pie. Lágrimas rodaban por su rostro.
Su cuerpo empezó a volverse translúcido,
como si estuviera hecho de luz y no de carne. Era la primera vez, en muchos
años, que se veía realmente en paz.
—Selena… —susurró.
Y entonces, en un destello la luz desapareció.
El cuerpo del hombre perdió su forma, cayó pesadamente a la
tierra con una sonrisa tan cálida y enigmática.
Aterrorizados, los niños salieron corriendo de su escondite,
gritando y pidiendo ayuda a los adultos del pueblo para el señor que se había desplomado.
Los adultos subieron al cerro. Buscaron en la cima, entre las rocas, en el lugar donde los niños juraron haberlo visto caer. No encontraron nada, no había ningún rastro, ningún cuerpo.
Confundidos, los adultos se retiraron. Pero los niños volvieron
a la cima del cerro la noche siguiente. La luna, llena y majestuosa, se alzó
sobre el valle. Los niños la miraron, buscando al hombre. Cuando de repente uno
de ellos señaló al cielo sorprendido:
—¡Miren!
Junto a la luna había aparecido una pequeña estrella nueva,
diminuta, pero con un brillo constante. No parpadeaba; parecía acompañarla,
fiel, como quien cuida a alguien amado.
Los niños lo entendieron al instante: el hombre había
entregado su vida para poder quedarse, aunque sea como una luz pequeña, junto a
su eterna amada.
Desde ese día, el pueblo cuenta que un hombre del pueblo
se convirtió en la estrella que brilla fielmente junto a la luna. Y en las noches,
cuando mires al cielo y veas esa pequeña estrella junto a la luna, recuerda su
historia, que se puede encontrar la paz si te aferras al amor de verdad.



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